Veranio, de todos mis amigos
antepuesto para mí a miles trescientos,
¿has venido a casa, a tus penates
y hermanos unánimes y vieja madre?
Has venido, oh para mí nuncios dichosos.
Te veré a ti, incólume, y te oiré de los iberos
narrando los lugares, hechos, naciones,
como la costumbre es tuya, y plegándome a tu cuello
agradable, tu boca y ojos suavemente besaré.
Oh, cuántos hay hombres más dichosos,
qué, que yo, más alegre o dichoso.