Dolor y lamento en Ilión. La tierra de Troya en desesperanza amarga y en temor al gran Héctor Priámida llora. El treno estridente grave resuena. Ni un alma queda en Troya no doliente, que el recuerdo de Héctor olvide. Mas es vano, inútil el mucho lamento en una ciudad atormentada; sordo es el adverso destino. Detestando Príamo lo inútil, oro saca del tesoro; agrega marmitas, tapices, y mantos; y también túnicas, trípodes, una cantidad espléndida de peplos, y todo lo que apropiado juzga, y sobre su carro lo carga. Quiere con rescate del terrible enemigo recuperar el cuerpo de su hijo, y con augustas exequias honrarlo. Sale en la noche silenciosa. Habla poco. Por único pensamiento ahora tiene veloz, veloz que corra su carruaje. Tenebroso extiéndese el camino. Lúgubre gime el viento y se lamenta. Grazna a lo lejos un ominoso cuervo. Aquí, el aullido de un perro se escucha; allí, cual susurro una liebre de rápidos pies cruza. El rey azota, azota los caballos. Sombras de la llanura despiértanse siniestras, y se preguntan por qué con tanta prisa vuela el Dardánida hacia los navíos de argivos asesinos, y de aqueos funestos. Pero el rey a esas cosas no atiende; basta que su carro veloz, veloz corra.
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