Visajes de cenizas
[Poema - Texto completo.]
Franklin Mieses Burgos
Aún así y todo es preferible a esos largos corredores sin fondo por detrás de los cuales el ángel del insomnio desesperado se mutila arrancándose las uñas y los vellos, los dientes y las manos. No es que tema la muerte ni al abismo donde sus pies reposan; es que la palabra “vacío” tiene algo doloroso, propio de desamparada cavidad sin rostro; de desorbitada claraboya humana; de herida obscena con ojos desangrados de fantasma; de sortija sin dedo posible que levante la más próxima noche del olvido donde cayó perdida para siempre. Unicamente el cielo estrangulado muere; no hay un dolor de turno ni una pena, pero el llanto desciende hasta los ojos liviano como un pájaro. ¡Quizá sea esta la hora terrible en que agonice, en que muera callando la esfinge de cristal que habita bajo el hielo! ¡Pero nadie lo sabe! Desde el aire mirando hay una muerte; una muerte que puede llegar hasta el sepulcro más hondo de los ecos… Hablamos en voz baja; sólo decimos para oírnos; para escucharnos en medio de las cosas terrestres que nos gritan su nombre verdadero. Sin embargo, sabemos que no es éste el único propósito del hombre, que hay otras intenciones, otras profundas realidades que se ocultan, que se callan por no despertar al cuco inerte de los relojes viejos, donde alguien, alguien que no es precisamente la paloma, viola números limpios y campanadas, sin destruir la lámpara del día. ¡No! ¡No! El poeta no debe escupir sobre sus cruces ni cambiar a sus muertos por jabones. Otro designio más alto y noble le persigue. Otro designio que no es por fortuna el de relacionar la solitaria obra de su espíritu con las exigencias del estómago; nada de. comercies oscuros; de negocios profanadores de ataudes de inocentes mariposas difuntas; nada de vender el alma, la libre conciencia por un mendrugo de gloria vomitada. La vida y la poesía requieren del poeta una actitud aun cuando el arcángel de la muerte lo fulmine con el rayo de la soledad y el abandono más hondo. |