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Vladimir Illich Lenin

[Poema - Texto completo.]

Vladímir Mayakovski

Es hora
de comenzar la historia de Lenin.
Pero no
porque el dolor ya no exista.
Es hora
porque de una angustia cortante
ha devenido un dolor claro y consciente.
¡Hora es
de echar de nuevo al viento
las consignas de Lenin!
¿Acaso seremos nosotros
los que llenaremos los charcos de llanto?
Lenin
hoy
está más vivo
que todos los vivos que andan por la tierra.
Es nuestro saber,
nuestra fuerza y nuestra arma.
El hombre es una barca
aunque esté en dique seco.
Vivirás tu breve tiempo
y muchos y variados caracoles sucios
se pegarán a tus costados.
Luego,
atravesando la tormenta enfurecida,
te detendrás cerca del sol,
quitando las algas,
baba verdosa,
y la baba rosada de las medusas.
Yo
me limpio con la luz de Lenin.
para seguir adelante con la revolución.
Le tengo miedo a estas mil estrofas
como un chiquillo
teme la falsedad.
Temo que las aureolas oculten
la auténtica,
sabia,
humana,
enorme frente de Lenin.
Temo que las procesiones,
el mausoleo
y los homenajes,
reemplacen la sencillez de Lenin.
Tiemblo por él
como por mis propias pupilas,
temiendo que profanen su belleza
con cromos de colorines.
Hoy vota mi corazón:
yo debo escribir
por mandato del deber.

Moscú entera
es tierra helada,
tierra estremecida.
Sobre las hogueras encendidas
está la noche escarchada.
¿Qué ha hecho?
¿Quién es?
¿Y de dónde viene?
¿Por qué le prodigan tanto honor?
Palabra tras palabra
trato de arrancar de la memoria.
¡Qué pobre es el taller de las palabras!
¿Dónde encontraré la que merezca
un lugar en este poema?
Todos
tenemos siete días a la semana
y veinticuatro horas al día.
No podemos
alargar nuestra existencia.
La muerte
no sabe perdonar.
Si nuestro reloj
anda mal,
si el calendario
no alcanza a medir una vida,
nosotros decimos
«época»,
nosotros decimos
«era».
Nosotros
dormimos de noche
y de día realizamos nuestros actos.
Si nos place beber agua,
el agua es nuestra,
y nuestra copa.
Mas si él pudo
por todos nosotros
dirigir la corriente de los sucesos,
nosotros
le llamamos «profeta»,
nosotros le llamamos
«genio».
Nosotros no tenemos pretensiones.
Si no nos llaman,
no nos metemos.
Gustamos a nuestra mujer
y eso basta
para tenernos contentos.
Si el hombre está hecho de buena madera
le decimos
«qué bien plantado»,
o asombrados,
«qué don de Dios».
Así diremos,
aunque no sea ni tonto ni inteligente el decirlo.
Las palabras surgen o se esfuman
como el humo.
Poco queda por hacer por ellas.
¿Pero acaso
a Lenin se le puede medir
con este rasero común?
Con los ojos,
todos
y cada uno veía
que él era
la nueva «era»,
y la «era» cruzaba la puerta,
sin alcanzar el dintel.
Es posible
que de Lenin también se diga:
«Fue jefe por la gracia de Dios».
Si Lenin fuese como un rey,
o como un Dios,
de ira,
sin poder contenerme,
me enfrentaría a la procesión
ante la multitud en homenaje.
Pero son firmes
los pasos de Dserzhinski
llevando el ataúd.
Hoy no hace falta que la CHECA
permanezca en su puesto.
De millones de ojos,
y también de los dos míos,
caen mejillas abajo lágrimas heladas.
¡No!
Hoy se hiela nuestro corazón de legítimo dolor.
Hoy
enterramos
al más terrenal
de todos los hombres
que pasaron por la tierra.
Terrenal,
pero no de aquellos
que miran sólo por su macuto.
Él abrazó toda la tierra,
él vio lo que el tiempo encierra,
él es como usted
y como yo,
exactamente lo mismo.
Únicamente
que junto a los ojos
el mucho pensar
ha hecho más pliegues en su piel,
y tal vez
sean más burlones y más firmes sus finos labios.
No llegó
con la dureza de los sátrapas
montado en una carroza triunfal,
aplastándolo todo a su paso de vencedor.
El fue indulgente con el camarada,
con ternura humana.
Ante el enemigo,
se volvía duro como el acero.
No le eran ajenas
las debilidades humanas.
Y, como nosotros,
sufrió enfermedades.
A mí,
el billar,
me afirma la mirada.
A él,
el ajedrez,
le era de mayor utilidad.
Y pasando del ajedrez
al enemigo vivo,
promoviendo a primera fila
los peones de ayer,
afirmaba la dictadura obrera
y humana
contra la carcelera torre del capital.
Yo daría mi vida
transido de admiración
por un solo suspiro de su pecho.
¡Y no sólo yo!
¿Acaso yo
valgo más que vosotros?
¿Quién de nosotros,
del campo
o la ciudad,
no daría el paso
hacia adelante,
sin ser llamados,
apenas mediante un gesto,
para entregar por él nuestra vida?
Es lógico que
aunque haya bebido una copa de más
instintivamente
me cuide del paso de los tranvías.
Pero
ahora
¿quién lloraría mi muerte pequeñita
entre el luto de esta muerte inmensa?
Flameando banderas, parece
que Rusia
nómada de nuevo
se haya vuelto.
La Sala de las Columnas (18)
se estremece atravesada.
¿Por qué?
¿Para qué?
¿Qué ocurre?
El telégrafo ya está ronco
de tanto grito enlutado.
Lágrimas de nieve
caen de los ojos enrojecidos.
¿Qué ha hecho?
¿Quién es
éste,
el más humano
de los hombres?
La breve vida
de Uliánov
la conocemos
hasta en los más mínimos detalles.
Pero la larga vida
del camarada Lenin
debemos escribirla
y describirla nuevamente.
Hace tiempo,
hace unos doscientos años,
comienzan las primeras noticias de Lenin.
¿Oís vosotros
atravesando los siglos
la voz férrea,
la voz del abuelo,
del primer fogonero,
Bromey y Goujon?
Su excelencia
el capital,
aún sin coronar,
declaraba sometida
la fuerza campesina.
Pero ellos no escucharon como hablaba Lenin
y lo sabían todo.
Yo escuché
el relato
de un campesino siberiano:
ellos repartieron
la tierra y las aldeas
y la defendieron con fusiles.
Ellos no leyeron
ni escucharon a Lenin,
pero eran leninistas.
Yo he visto las sierras,
en ellas no crecía ni la hierba.
Sólo las nubes,
sobre la montaña,
caían por la tarde.
Yen el pecho
del único serrano,
entre sus harapos,
brillaba la escarapela leninista.
Dirán que es cosa de adorno.
Las señoritas
también se ponen adornos en el ojal.
Pero este prendedor-escarapela,
prendido en la ropa, hasta quemar la tela,
brillaba sobre su corazón,
lleno de amor a Lenin.
Esto no podrá explicarlo
la iglesia eslava.
No fue Dios
quien le ordenó:
«Tú eres el elegido».
Con paso humano,
con manos obreras,
con su propia cabeza
atravesó este camino.


y los relojes
recuerdan las ciudades y las cárceles.
Yo les recordaré de nuevo
el camino pasado
a vuelo de pájaro.
¿Quién de ustedes
no ha arañado
o no ha mordido las rejas de la cárcel?
Era como para romperse la frente
contra los muros de piedra.
Cuando salía un preso
limpiaban la celda.
«Ha sido breve tu camino
pero es grande el honor de servir
para el bien de tu tierra amada» (19).
A Lenin le gustó
estando en el destierro
la fuerza de esta canción fúnebre.
Decían que el mujik
irá por su camino.
Construirá un socialismo
simple y verdadero.
No,
Rusia se ha vuelto severa.
De tanta chimenea
a la ciudad le creció una barba de humo;
No pedirán por favor
entrar en el paraíso.
Por encima del cadáver de la burguesía
darán un paso adelante hacia el comunismo.
El proletariado es el conductor
de cien millones de campesinos,
y Lenin es el líder
de los proletariados unidos.
Los liberales prometen
y los social revolucionarios están
impacientes,
deseosos de castigar al obrero.
Lenin
los deja al desnudo
para ver
la hilacha que llevan,
los de la nobleza
se visten con frases de izquierda.
No es tiempo
para conversaciones fatuas
sobre la libertad
y eso de que todos somos hermanos.
Ya estamos armados
con el arsenal marxista
de este Partido Bolchevique,
único en el mundo.
Él acaba de cruzar Europa
en un tren expreso,
se acerca
y ante los ojos crece.
Ponen P. C. R. (20)
Y entre paréntesis una pequeña « b» (21).
Ahora buscan hasta en Marte
los del observatorio de Púlkovo (22),
revisando
las reservas siderales.
Pero para el mundo
es cien veces más roja
esa letra
grandiosa,
luminosa,
que la estrella Marte.
Entre nosotros las palabras,
hasta las más importantes,
de tanto uso,
cuelgan gastadas
como los trajes.
Quiero obligar a que brille de nuevo
la solemne palabra
Partido.
El individuo por sí solo
¿a quién le hace falta?
La voz del individuo
es más fina que un chillido.
¿Quién la oirá?
Tal vez su esposa.
y no siempre;
es preciso que esté cerca y no en el mercado.
El Partido
es un huracán
de voces
finas y gruesas,
estrechamente unidas.
Ellas pueden hacer
quebrar la fortaleza enemiga,
como estallan los tímpanos
por una descarga del cañón enemigo.
Es malo que el hombre
esté solo.
Desdichado es
y cuando está solo no es combatiente.
Cualquiera se atreve a mandarle.
y aún siendo dos.
Pero si está en el Partido,
aun siendo pequeño,
a él deberá entregarse el enemigo.
El Partido
es una mano millonaria,
cerrada en un enorme puño.
El individuo
solo
es un cero.
El individuo
solo
es un mito.
El individuo
solo,
aun siendo fundamental,
no podría levantar
ni siquiera una viga de cinco metros.
y menos una casa de cinco pisos.
El Partido
son millones de hombres estrechamente unidos.
El Partido
levantará la vida hasta el cielo,
elevando a todos
ya cada uno.
El Partido
es la espina dorsal de la clase obrera.
El Partido
es la inmortalidad de nuestra causa.
El Partido
es lo único que jamás me traicionará.
De la clase,
el cerebro.
De la clase,
la fuerza.
De la clase,
la gloria.
Esto es el Partido.
El Partido y Lenin
son hermanos gemelos.
¿A quién prefiere la historia?
Cuando decimos
Lenin
entendemos
Partido.
Cuando decimos
Partido
entendemos
Lenin.
Todavía se amontonan
cientos de cabezas coronadas
y los burgueses revolotean
negros como los cuervos en invierno.
Pero el ardor
de la lava obrera
sube de la tierra
por los cráteres del Partido.
El 9 de enero
fue el fin
de los fieles al cura Gapón (23).
Caímos barridos
por el plomo del zar,
y la esperanza en su limosna
terminó con la matanza de Mukdén (24)
y la derrota de Tsjusima (25).
¡Ya basta!
No creemos en las
peticiones ajenas.
Solos,
se levantaron
los del barrio de Présnaia (26).
Parecía que muy pronto
terminarían con el trono;
parecía
que el sillón de la burguesía
estallaría también pronto.
Illich Lenin está en su puesto
día tras día,
organiza a los obreros
en el año 1905.


A la República de los Soviets
no le asusta
ningún gran esfuerzo;
avanzamos
con la locomotora del tiempo
y del trabajo.
Pero de pronto
una noticia del peso de una tonelada:
Anuncian la muerte de Lenin:
Vladimir Illich Ulianov.
Si expusieran en un museo
a un bolchevique llorando
todo el día irían a verlo numerosos papanatas.
y no es para menos.
Eso no se verá en los siglos.
Cuando en nuestras espaldas
los coroneles blancos
marcaban a fuego
en nuestra piel
la estrella de cinco puntas,
cuando nos enterraban vivos
hasta la cabeza
los bandidos de Mámontov,
cuando en las locomotoras
nos echaban los japoneses
en vez de leña,
y nos llenaban la boca de plomo y acero,
y nos gritaban
«entregaos»,
de nuestras gargantas ardientes
sólo salían tres palabras:
«¡Viva el Comunismo!»
y estas filas de acero,
estos hombres de hierro,
eran los que marchaban
el 22 de enero
hacia el edificio enlutado
del Congreso de los Soviets.
Se colocaban,
sonreían levemente,
discutían los problemas del día.
Ya es hora.
¿Por qué no empiezan?
¿Por qué
está casi vacía la presidencia?
¿Por qué
todos los ojos
están más rojos que los palcos?
¿Por qué Kalinin
apenas se tiene en pie?
¿Acaso ha sucedido una desgracia?
¿Cuál?
¡No puede ser!
¿Qué le ha ocurrido a él?
¡No!
¿Será posible?
El techo parecía bajar como las alas de un cuervo.
Bajamos las cabezas,
y luego las bajamos más aún.
De pronto temblaron todas las bujías del gran teatro,
y nos quedamos casi a oscuras.
Sonó la campanilla,
ya innecesaria,
de la presidencia.
Kalinin,
dominándose,
se puso en pie.
No podía contener las lágrimas.
Lo delataban,
brillaban en sus bigotes,
en su barbilla.
Los pensamientos se confundían
y la sangre golpeaba en las sienes,
golpeaba en las venas.
« ¡Ayer, a las seis horas cincuenta minutos,
murió el camarada Lenin.»
Ese año vio
lo que no han visto cien.
Ese día
entrará en los siglos
como recuerdo de las angustias del pasado.
El horror hasta parecía arrancar del propio hierro un
gemido.
Corrió el llanto por entre las filas bolcheviques.
¡Qué horrible pena!
Algunos se marcharon, sostenidos por los camaradas.
Otros apenas podían caminar cargados con tanta pena.
Todos querían saber,
¿cuándo y cómo,
por qué ha sido así?
En las callejuelas, en las avenidas
flotaba el catafalco
sobre un mar de cabezas
en dirección al Gran Teaatro (27).
En la vida
la alegría avanza
lentamente, como un caracol.
El dolor
corre velozmente,
locamente.
Hasta el sol
y la nieve,
todo,
hasta el rocío parecía estar de luto.
Para el hombre del taller,
la noticia fue
como un disparo,
como un impacto en el cerebro.
Vasos de lágrimas
parecían derramar
en los bancos del trabajo.
y los mujiks,
quienes tanto vieron en su larga vida,
y más de una vez
miraron cara a cara a la muerte,
escondían su rostro entre las manos,
ocultándolo de sus mujeres,
pero los denunciaba
el puño sucio de tierra y lágrimas.
Hay gente de piedra,
y hasta ellos
se mordieron los labios hasta sangrar.
Los niños
se ponían serios como viejos,
y como niños
lloraban los ancianos canosos.
El viento de toda la tierra
aullaba de insomnio.
y no podían terminar de comprender
que en este ataúd,
en la helada sala de Moscú,
estaba el hijo
y el padre
de la revolución.
Ha llegado el fin
el fin
el fin.
Ya no hay nada que hacer,
pues bajo el cristal
está él…
Es a él
a quien llevan
desde la Paveleski (28),
por la ciudad
que él
tomó a los señores.
La calle
como una herida
sufre,
gime.
Aquí
cada piedra
conocía a Lenin.
Por aquí
transcurrieron
los primeros combates de Octubre.
Aquí,
todo,
lo que cada bandera levanta,
ha sido pensado por él,
y por él ordenado.
Aquí
cada torre
escuchó a Lenin,
y todas irían por él
al fuego y al humo.
Aquí
cada obrero
conoce a Lenin,
y con ramas de pino
le cubrió el camino.
los condujo al combate
y profetizó la victoria,
y por fin,
por primera vez,
el proletario es el dueño de todo.
Aquí
cada campesino
grabó en su corazón
el nombre de Lenin,
con mayor amor que el de los santos.
El ordenó
que se llamase a la tierra «nuestra»,
la tierra donde vivieron nuestros abuelos,
donde soñaron,
por la que lucharon,
y en la que descansan.
Los Comuneros,
bajo la Plaza Roja,
parecían murmurar:
«-¡Amado,
querido!
No queremos otro destino
mejor
que dar por ti
cien veces nuestra vida.»
Ahora es cuando hace falta alguien que haga milagros,
y pregunte:
¿Quién quiere morir
para que él se levante?
El dique de la calle
abriría sus compuertas
de par en par,
y con canciones
se arrojaría la gente
a la muerte.
Pero no hay milagros
y no hay por qué soñar con ellos.
Está Lenin en el ataúd
y nuestros hombres encogidos.
m era un hombre
humano hasta el fin.
y sufría
con angustia humana.
Nunca en los siglos
mares y océanos
llevaron una carga tan liviana
corno su rojo ataúd,
que va flotando
sobre las espaldas del llanto y la música,
marchando a la Casa Central de los Sindicatos.
Estaba
en la guardia de honor
la vieja severa guardia
de temple leninista.
La gente
continúa la marcha
por caminos y calles,
a lo largo de la avenida Tverskáia,
caracoleando por la calle Dimítrovka.
En el año diecisiete,
a veces,
las muchachas
no querían hacer plantón
en las colas del pan:
-Comeremos mañana.
Pero en esa noche
fría y terrible
formaban fila
niños y enfermos.
Aldeas enteras
iban junto a las ciudades.
Sonaba el dolor varonil
junto al llanto infantil.
El mundo del trabajo
pasó en desfile por la tierra,
resumen vivo
de la vida múltiple de Lenin.
Un sol amarillo
oblicuo y acharolado,
sale y arroja
a los pies sus rayos.
y como si fuera llorando
por una esperanza perdida,
inclinados de dolor
pasan los chinos.
Subían las noches
sobre las espaldas del día,
confundiendo horas,
confundiendo fechas,
como si no fuera de noche
y en la noche no hubiera estrellas,
como si lloraran por Lenin
todos los negros de Norteamérica.
Una escarcha inaudita
quemaba las suelas.
Nadie se atrevía
a hacer ruido,
a golpearse con las manos para quitarse el frío.
La helada mordía
para probar el temple
de los que amaban.
El frío se metía
y marchaba
con nosotros en las columnas.
Las plantas de los pies,
frías,
se endurecían, crecían,
como si fuesen arrecifes de coral.
Pero de pronto,
se detienen las canciones y hasta la respiración.
Es terrible avanzar,
dar un paso más,
y parecen un abismo,
un abismo sin fondo,
los cuatro escalones
para bajar a la sala mortuoria.
Un abismo
pasado
desde la esclavitud de cien generaciones,
que sólo conoce
la única razón aplastante
del oro sonoro.
Un abismo y su borde
el ataúd de Lenin,
y a lo lejos
la Comuna en todo su horizonte.
¿Qué vemos?
Sólo su frente
y a Nadiezda Constantínova (29)
envuelta en la niebla.
Tal vez
con los ojos sin llanto
podría ver mejor.
Pero así estaban mis ojos,
y los ojos de todos.
Banderas de seda
se inclinan
flotando,
rindiéndole su último homenaje.
«Adiós, camarada,
honradamente has terminado
tu audaz camino,
noble y glorioso» (30).
Miedo,
cierra los ojos,
y no mires
como si caminaras
sobre un alambre tendido en el aire.
y parece
como si, minuto tras minuto,
te hayas quedado solo,
con una verdad enorme.
Me siento feliz
al sentir
que bajo una marcha sonora
flota mi cuerpo
sin peso,
como por el agua.
Yo sé,
desde ahora,
que este mismo instante
quedará grabado en mí
para siempre.
Me siento feliz
de ser
un átomo de esta fuerza,
y sé que hasta las lágrimas de mis ojos
pertenecen a este dolor común.
Es imposible
confesarse
con más pureza y fuerza,
ante este gran sentimiento
en nombre de la clase obrera.
Las banderas
de nuevo
inclinan sus alas
para levantarse nuevamente
mañana
en los futuros combates.
«Nosotros mismos, querido,
hemos cerrado tus ojos de águila» (31).
Con tal de no caer,
apretamos hombro con hombro.
Enlutadas de negro las banderas
y enrojecidos los párpados,
íbamos acortando el paso
para despedirnos de Vladimir Illich,
aproximándonos al ataúd.
La ceremonia seguía su curso,
se decían discursos,
hablaban
y bueno…
Pero el dolor tiene un plazo corto en minutos,
¿acaso se puede abarcar
lo inabarcable?
Pasan
y miran con miedo
el círculo negro,
cubierto de nieve.
¡Cómo saltan
locamente
las agujas
del reloj de la torre del Kremlin!
De pronto
saltó y se detuvo
el último cuarto de hora.
¡Morid un instante
ante este suceso!
¡Deteneos,
movimiento y vida!
¡Los que levantasteis el martillo
permaneced así por un instante! (32)
¡Detente,
tierra,
acuéstate y quédate quieta!
¡Silencio!
Su gran camino ha terminado.
Disparaban los cañones,
tal vez eran millones,
y sin embargo
las salvas de artillería eran más débiles
que monedas sonando
en el bolsillo de un mendigo.
Abro los ojos,
dolorido
hasta la saciedad.
Estoy de pie,
helado,
inmóvil,
casi sin respirar.
y veo
ante mí,
por encima del mundo,
su ataúd, inmóvil y mudo,
envuelto en banderas,
en medio de la tierra oscura.
y ante su ataúd, nosotros,
representantes del género humano,
sabemos
que multiplicaremos en tempestades de revoluciones,
en grandes obras y poemas,
lo que hoy presenciamos.
Pero de pronto,
a lo lejos,
desde el fondo purpúreo de banderas,
desde el silencio de la guardia de turno,
sonó una voz
en la noche helada:
«-¡De frente, marchen… !»
No era necesaria
esa orden.
Respirando
más hondo.
moviendo con esfuerzo nuestros cuerpos,
con paso más vivo,
abandonamos la plaza.
Nuevamente
flamean las banderas
alzadas por manos firmes
sobre nuestras cabezas.
Marcando el paso del diluvio,
ampliando el horizonte.
se propaga
su idea por el mundo.
Un pensamiento común
unifica a todos vibrando,
a obreros,
campesinos,
soldados,
marinos:
-Todo será más difícil
para la República
sin Lenin.
Hay que reemplazarlo.
Pero ¿con quién?
¿Y cómo?
Basta
de andar echado
sobre colchones de pluma.
«-Camarada secretario:
aquí tienes la lista.
Queremos anotarnos
en la célula del Partido,
todos juntos,
toda la fábrica.»
Miran los burgueses
con ojillos espantados
al enterarse de esa marcha colectiva.
Y tiemblan.
Cuatrocientos mil obreros
de las fábricas
formaron
la primera corona partidaria
del homenaje a Lenin
«-Camarada secretario,
toma el lapicero…
Queremos reemplazarle…
debemos, queremos•••
Yo estoy viejo,
dijo uno,
apuntad a mi nieto,
trabaja firme,
entrará en la Juventud Comunista.•
y la escuadra levanta sus anclas,
ya es tiempo de surcar los mares.
« Por el mar,
por el mar,
hoy aquí,
mañana allá» (33).
¡ Sol. más alto!
Serán testigo
de cómo pronto se borran
las arrugas del luto.
Junto a los adultos,
dan un paso adelante los niños:
¡Tra-ta-ta-tá!
¡Tra-ta-ta-tá!
«Uno
dos
tres
somos los pioneros,
a los fascistas no tememos,
iremos a luchar» (34).
En vano Europa nos amenaza con su puño.
Los cubrimos con nuestra tormenta.
¡Atrás!
¡No se atrevan!
Hasta la propia muerte de Lenin
devino una fuerza poderosa,
organizada,
comunista.
Por encima de las torres
un bosque fragoroso
de millones de brazos
se alza como banderas clamorosas
en la Plaza Roja.
De cada pliegue,
de cada bandera,
salen de nuevo clamando
las palabras de Lenin:
-¡Proletarios,
preparaos para la lucha final!
¡Esclavos,
enderezad vuestras rodillas y espaldas!
¡Ejércitos del trabajo,
en pie!
¡Viva la revolución
alegre y cercana!
¡Esta
es la única
gran guerra
de todas
las que conoció la historia!



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