Y me senté en el carro de la sombra,
presa del más horrendo paroxismo,
y comencé a rodar sobre una alfombra,
formada por el cosmos del abismo.
Y abarqué el infinito en una sola
mirada, llena de fulgor intenso…
y vi del tiempo la gigante ola
rodar al precipicio de lo inmenso.
Y vi la eterna procesión de mundos,
a través de mi loco desvarío,
rodar por dos ignotos y profundos
senos inescrutables del vacío.
Y llamé a Dios, con penetrante acento,
con un acento penetrante y hondo,
que atravesó, rasgando el firmamento,
sin encontrar del firmamento el fondo.
Mas, nadie respondióme. En mi agonía,
-¿En dónde estás…? -grité de nuevo- ¿En dónde…?
Pasó la pesadilla. Hoy todavía
lo llamo y todo inútil: no responde.
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