Y tomando a la doncella,
la recosté sobre las flores, y cubriéndola
con un suave manto, sosteniendo su cuello entre mis brazos,
mientras temblaba de miedo como un cervatillo ante el lobo,
acaricié delicadamente sus pechos con mis manos
donde la piel mostraba el tierno encanto de su juventud.
Y abrazando su hermoso cuerpo,
liberé el blanco vigor acariciando sus rubios cabellos.