Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

Yo, un hijo del Caribe…

[Poema - Texto completo.]

Pedro Mir

Yo,
un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
Recorrido de voces,
lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablarle a Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Preguntarán
¿quién eres tú?
Comprendo.
Que nadie me pregunte
quién es Walt Whitman.
Iría a sollozar sobre su barba blanca.
Sin embargo,
voy a decir de nuevo quién es Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan.

1

Hubo una vez un territorio puro.
Árboles y terrones sin rúbricas ni alambres.
Hubo una vez un territorio sin tacha.
Hace ya muchos años. Más allá de los padres de los padres
las llanuras jugaban a galopes de búfalos.
Las costas infinitas jugaban a las perlas.
Las rocas desceñían su vientre de diamantes.
Y las lomas jugaban a cabras y gacelas…

Por los claros del bosque la brisa regresaba
cargada de insolencias de ciervos y abedules
que henchían de simiente los poros de la tarde.
Y era una tierra pura poblada de sorpresas.
Donde un terrón tocaba la semilla
precipitaba un bosque de dulzura fragante.
Le acometía a veces un frenesí de polen
que exprimía los álamos, los pinos, los abetos,
y enfrascaba en racimos la noche y los paisajes.
Y eran minas y bosques y praderas
cundidos de arroyuelos y nubes y animales.

2

(¡Oh, Walt Whitman de barba luminosa…!)
Era el ancho Far-West y el Mississippi y las Montañas
Rocallosas y el Valle de Kentucky
y las selvas de Maine y las colinas de Vermont
y el llano de las costas y más…
Y solamente
faltaban los delirios del hombre y su cabeza.
Solamente faltaba que la palabra
mío
penetrara en las minas y las cuevas
y cayera en el surco y besara la Estrella
Polar. Y cada hombre
llevara sobre el pecho,
bajo el brazo, en las pupilas y en los hombros,
su caudaloso yo,
su permanencia
en sí mismo,
y lo volcara por aquel desenfrenado territorio.

3

Que nadie me pregunte
quién es Walt Whitman.
A través de los siglos
iría a sollozar sobre su barba blanca.

He dicho que diré
y estoy diciendo
quién era el infinito y luminoso.
¡Walt Whitman,
un cosmos
un hijo de Manhattan!

4

Hubo una vez un intachable territorio puro.
Solamente faltaba que la palabra
mío
penetrara su régimen oscuro.
Sin embargo,
el yo que iba a decirla estaba allí
pero cogido
como un pez
en su red de costillas.
Estaba
pero interno, pero adusto y confinado
y amaba y deshojaba sus novias amarillas.
Afuera estaba el firme sistema de la Ley.
Estaba la celosa
regulación de la conducta.
La Ley del algodón, la Ley del sueño,
la Ley inglesa, dura y definitiva.
Y apenas
un breve yo surgía entre dos párpados,
se iluminaba d cumplimiento de la Ley.
Y entonces,
cada cual derogaba su yo desestimado
entre el musgo, la sombra, la amapola
y el buey.

5

Y un día
(¡Oh, Walt Whitman de barba insospechada…!)
al pie de la palabra
yo
resplandeció la palabra
Democracia.
Fue un salto.
De repente
el más recóndito yo
encontró su secreto beneficio.
Libertad de Trabajo. Libertad de Conciencia.
Libertad de Palabra. Libertad de Camino.
Libertad de aventura, proyecto y fantasía.
Libertad de fracaso, de amor y de apellido.
Libertad sin retorno ni vértices ni orugas.
Libertad de quererme y mirarme en su pupila.
Libertad de la dulce asamblea que tengo en mi corazón
contigo y con toda la infinita humanidad que rueda a través
de todas las edades, los años, las tierras, los países,
los credos, los horizontes… y fue
la necesaria instalación del júbilo.
Las colinas desataron luceros y luciérnagas.
Las uvas se embriagaron de vino y de perennidad.
En todo el territorio
se hizo la gran puerta de la oportunidad
y todo el mundo tuvo acceso a la palabra
mío.

6

¡Oh, Walt Whitman, tu barba sensitiva
era una red al viento!
Vibraba y se llenaba de encendidas figuras
de novias y donceles, de bravos y labriegos,
de ruidos mozalbetes camino del riachuelo,
de guapos con espuelas y mozas con sonrisa,
de marchas presurosas de seres infinitos,
de trenzas o sombreros…
Y tú fuiste escuchando
camino por camino
golpeándoles el pecho
palabra con palabra.
¡Oh, Walt Whitman de barba candorosa,
alcanzo por los años tu roja llamarada!

7

Los hombres avanzaron con su suerte
robusta y masculina,
sudorosa. Pilotearon los barcos
y los días. En la ruta pelearon con los indios
y las indias. En las noches contaron sus historias
y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas
y caminos. En los valles pusieron diligencias
y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas
y el olor de los pechos procedentes del hacha
y a veces se extraviaron en las sombras
de un vientre de muchacha…
Aquel territorio fue creciendo hacia arriba
y hacia abajo.
Rascacielos
y minas
se iban alejando de la tierra,
unidos y distantes.
Los más fuertes, los más iluminados, los más
capaces de violar un camino, fueron adelante.
Otros quedaron atrás. Pero la marcha
seguía sin sosiego, sin volver la mirada.
Era preciso
confianza en sí mismo.
Era preciso
fe.
Y suavemente se forjó la canción:
yo el cow-boy y yo el aventurero
y yo el pioneer y yo el lavador de oro
y yo Alvin, yo William con mi nombre y mi suerte de barajas,
y yo el predicador con mi voz de barítono
y yo la doncella que tengo mi cara
y yo la meretriz que tengo mi contorno
y yo el comerciante, capitán de mi plata
y yo
el ser humano
en pos de la fortuna para mí, sobre mí,
detrás de mí.
Y con el mundo entero
a mis pies, sometido a mi voz,
recogido en mi espalda
y la estatura de la cordillera yo
y las espigas de la llanura yo
y el resplandor de los arados yo
y las orillas de los arroyos yo
y el corazón de la amatista yo
y yo
¡Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan…!

8

¡Secreta maravilla de una historia que nace…!
Con aquel ancho grito
fue construida una nación gigante.
Formada de relatos y naciones pequeñas
que entonces se encontraban como el mundo
entre dos grandes mares…
Y luego
se ha llenado de golfos, islotes y ballenas,
esclavos, argonautas y esquimales…
Por los mares bravíos
empezó a transitar el clíper yanqui,
en tierra se elevaron estructuras de acero,
se escribieron poemas y códigos y mármoles
y aquella nación obtuvo sus ardientes batallas
y sus fechas gloriosas y sus héroes totales
que tenían aún entre los labios
la fragancia
y el zumo
de la tierra olorosa con que hacían su pan,
su trayecto y su equipaje…
Y aquella fue una gran nación de rumbos y albedrío.
Y el yo
—la rotación de todos los espejos
sobre una sola imagen—
halló su prodigioso mensaje primitivo
en un inmenso, puro, territorio intachable
que lloraba la ausencia de la palabra
mío.

9

Porque
¿qué ha sido un gran poeta indeclinable
sino un estanque límpido
donde un pueblo descubre su perfecto semblante?
¿qué ha sido
sino un parque sumergido
donde todos los hombres se reconocen
por el lenguaje?
¿y qué
sino una cuerda de infinita guitarra
donde pulsan los dedos de los pueblos
su sencilla, su propia, su fuerte y
verdadera canción innumerable?
Por eso tú, numeroso Walt Whitman, que viste y deliraste
la palabra precisa para cantar tu pueblo,
que en medio de la noche dijiste
yo
y el pescador se comprendió en su capa
y el cazador se oyó en mitad de su disparo
y el leñador se conoció en su hacha
y el labriego en su siembra y el lavador
de oro en su semblante amarillo sobre el agua
y la doncella en su ciudad futura
que crece y que madura
bajo la saya
y la meretriz en su fuente de alegría
y el minero de sombra en sus pasos debajo de la patria…
cuando el alto predicador, bajando la cabeza,
entre dos largas manos, decía
yo
y se encontraba unido al fundidor y al vendedor
y al caminante oscuro de suave polvareda
y al soñador y al trepador
y al albañil terrestre parecido a una lápida
y al labrador y al tejedor
y al marinero blanco parecido a un pañuelo…
Y el pueblo entero se miraba a sí mismo
cuando escuchaba la palabra
yo
y el pueblo entero se escuchaba en ti mismo
cuando escuchaba la palabra
yo, Walt Whitman, un cosmos,
un hijo de Manhattan…
Porque tú eras el pueblo, tú eras yo,
y yo era la Democracia, el apellido del pueblo,
y yo era también Walt Whitman, un cosmos,
un hijo de Manhattan…!

10

Nadie supo qué noche desgreñada,
un rostro frío, de bajo celentéreo,
se halló en una moneda. Qué reseco semblante
se pareció de pronto a un círculo metálico y sonoro.
Qué cara seca vio en circulación de mano en mano.
Qué seca boca dijo de pronto
yo
y empezó a conjugarse, a cumplirse y a multiplicarse
en todas las monedas.
En monedas de oro, de cobre, de níquel,
en monedas de manos, de venas de vírgenes,
de labradores y pastores, de cabreros y albañiles.
Nadie supo quién fue el desceñido primero.
Mas se le vio una mañana adquirir el crepúsculo.
Mas se le vio otra mañana comprar la conciencia.
Y del fondo de los ríos, de los barrancos, de la médula
de los arbustos, del filo de las cordilleras,
pasando por torrentes de sudor y de sangre,
surgieron entonces los Bancos, los Trusts, los monopolios,
las Corporaciones… Y, cuando nadie lo supo,
fueron a dar allí la cara de la niña y el corazón
del aventurero y las cabriolas del cow-boy y los anhelos
del pioneer… y todo aquel inmenso territorio
empezó a circular por las cajas de los Bancos, los libros
de las Corporaciones, las oficinas de los rascacielos,
las máquinas de calcular…
y ya:
se le vio una mañana adquirir la gran puerta de la
oportunidad
y ya más nadie tuvo acceso a la palabra mío
y ya más nadie ha comprendido la palabra yo.

11

Preguntadlo a la noche y al vino y a la aurora…
Por detrás de las colinas de Vermont, los llanos de
las costas,
por el ancho Far-West y las Montañas Rocallosas,
por cl valle de Kentucky y las selvas de Maine.
Atravesad las fábricas de muebles y automóviles, los
muelles,
las minas, las casas de apartamientos, los ascensores
celestiales,
los lupanares, los instrumentos de los artistas;
buscad un piano oscuro, revolved las cuerdas,
los martillos, el teclado, rompedle el arpa silenciosa
y tiradla sobre los últimos raíles de la madrugada…
Inútilmente.
No encontraréis el limpio acento de la palabra
yo.
Quebrad un teléfono y un disco de baquelita,
arrancadle los alambres a un altoparlante nocturno,
sacad al sol el alma de un violín Stradivarius…
Inútilmente.
No encontraréis el limpio acento de la palabra
yo.
(¡Oh, Walt Whitman, de barba desgarrada!)
¡Qué de rostros caídos, qué de lenguas atadas,
qué de vencidos hígados y arterias derrotadas…!
No encontraréis
más nunca
el acento sin mancha
de la palabra
yo.

12

Ahora,
escuchadme bien:
si alguien quiere encontrar de nuevo
la antigua palabra
yo
vaya a la calle del oro, vaya a Walt Street.
No preguntéis por Mr. Babbitt. Él os lo dirá.
—Yo, Babbitt, un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Él os lo dirá
—Traedme las Antillas
sobre varios calibres presurosos sobre cintas
de ametralladoras, sobre los caterpillares de los tanques
traedme las Antillas.
Y en medio de un aroma silencioso
allá viene la isla de Santo Domingo.
—Traedme la América Central.
Y en medio de un aroma pavoroso
allá viene callada Nicaragua.
—Traedme la América del Sur.
Y en medio de un aroma pesaroso
allá viene cojeando Venezuela.
Y en medio de un celeste bogotazo
allá viene cayendo Colombia.
Allá viene cayendo Ecuador.
Allá viene cayendo Brasil.
Allá viene cayendo Puerto Rico.
En medio de un volumen salino
allá viene cayendo Chile…
Vienen todos. Allá vienen cayendo.
Cuba trae su dolor envuelto en un estremecimiento
de comparsas.
México trae su rencor envuelto en una sola mirada
fronteriza.
Y Haití, y Uruguay y Paraguay, vienen cayendo.
Y Guatemala, El Salvador y Panamá, vienen cayendo.
Vienen todos. Vienen cayendo.
No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho.
—Traedme todos esos pueblos en azúcar, en nitrato,
en estaño, en petróleo, en bananas,
en almíbar
traedme todos esos pueblos.
No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho.
Vienen todos, vienen cayendo.

13

Si queréis encontrar el duro acento moderno
de la palabra
yo
id a Santo Domingo.
Pasad por Nicaragua. Preguntad en Honduras.
Escuchad al Perú, a Bolivia, a la Argentina.
Dondequiera hallaréis un capitán sonoro
un yo.
Un jefe luminoso,
un yo, un cosmos,
Un hombre providencial,
un yo, un cosmos, un hijo de su patria.
Y en medio de la noche fragorosa de la América
escucharéis, detrás de madureces y fragancias,
mezclados con sordos quejidos, con blasfemias y gritos,
con sollozos y puños, con largas lágrimas y largas
aristas y maldiciones largas
un yo, Walt Whitman, un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Una canción antigua convertida en razón de fuerza
entre los engranajes de las factorías, en las calles
de las ciudades. Un yo, un cosmos, en las guardarrayas,
y en los vagones y en los molinos de los centrales.
Una canción antigua convertida en razón de sangre y
de miseria,
un yo, un Walt Whitman, un cosmos,
un hijo de Manhattan…!

14

Porque
¿qué ha sido la ventura de los pueblos
si no un cambio continuo, un movimiento eterno,
un fuego infinito que se enciende y que se
apaga?
¿Qué ha sido
si no un chorro incontenido,
espejo ayer de oteros y palmares,
hoy nube blanca?
¿Y qué
si no una brega infatigable
en que hoy manda un puñado de golosos
y mañana los puños deliciosos,
fragantes y frenéticos del pueblo
innumerable?
Por eso tú, innúmero Walt Whitman,
que en mitad de la noche dijiste
yo
y el herrero sonoro se descubrió en la llama
y el forjador y el fogonero
y el cuidador del faro, celeste de miradas,
y el fundidor y el leñero
y la niña celeste colando la alborada
y el pionero y el bombero
y el cochero y el aventurero y el arriero…

que en medio de la noche dijiste
Yo, Walt Whitman, un cosmos,
un hijo de Manhattan
y un pueblo entero se descubrió en tu lengua
y se lanzó de lleno a construir su casa,
hoy,
que ha perdido su casa,
hoy,
que tiene un puñado de golosos sonrientes y
engreídos,
hoy,
que ha cambiado el fuego infinito que se
enciende y que se apaga
hoy…
hoy no te reconoce
desgarrado Walt Whitman,
porque tu signo está guardado en las cajas de los Bancos,
porque tu voz está en las islas guardadas por arrecifes
de bayonetas y puñales,
porque tu voz inunda los decretos y los centros
de Beneficencia
y los juegos de lotería,
porque hoy,
cuando un magnate sonrosado,
en medio de la noche cósmica,
desenfrenadamente dice
yo
detrás de su garganta se escucha el ruido
de la muchedumbre
ensangrentadas explotadas refugiadas
que torvamente dicen

y escupen sangre entre los engranajes,
en las fronteras y las guardarrayas…
¡Oh, Walt Whitman de barba interminable!

15

Y ahora
ya no es la palabra
yo
la palabra cumplida
la palabra de toque para empezar el mundo.
Y ahora
ahora es la palabra
nosotros.
Y ahora,
ahora es llegada la hora del contracanto.

Nosotros los ferroviarios,
nosotros los estudiantes,
nosotros los mineros,
nosotros los campesinos,
nosotros los pobres de la tierra,
los pobladores del mundo,
los héroes del trabajo cotidiano,
con nuestro amor y con nuestros puños,
enamorados de la esperanza.
Nosotros los blancos,
los negros, los amarillos,
los indios, los cobrizos,
los moros y morenos,
los rojos y aceitunados,
los rubios y los platinos,
unificados por el trabajo,
por la miseria, por el silencio,
por el grito de un hombre solitario
que en medio de la noche,
con un perfecto látigo,
con un salario oscuro,
con un puñal de oro
y un semblante de hierro,
desenfrenadamente grita
yo
y siente el eco cristalino
de una ducha de sangre
que decididamente se alimenta en
nosotros
y en medio de los muelles alejándose
nosotros
y al pie del horizonte de las fábricas
nosotros
y en la flor y en los cuadros y en los túneles
nosotros
y en la alta estructura camino de las órbitas
nosotros
camino de los mármoles
nosotros
camino de las cárceles
nosotros…

16

Y un día,
en medio del asombro más grande de la historia,
pasando a través de muros y murallas
la risa y la victoria,
encendiendo candiles de júbilo en los ojos
y en los túneles y en los escombros,
¡oh, Walt Whitman de barba nuestra y definitiva!
Nosotros para nosotros, sobre nosotros
y delante de nosotros…
Recogeremos puños y semilleros de todos los pueblos
y en carrera de hombros y brazos reunidos
los plantaremos repentinamente
en las calles de Chile, de Ecuador y Colombia,
de Perú y Paraguay,
de El Salvador y Brasil,
en los suburbios de Buenos Aires y de La Habana
y allá en Macorís del Mar, pueblo pequeño y mío,
hondo rincón de aguas perdido en el Caribe,
donde la sangre tiene
cierto rumor de hélices quebrándose en el río…
¡Oh, Walt Whitman de estampa proletaria!
Por las calles de Honduras y el Uruguay.
Por los campos de Haití y los rumbos de Venezuela.
En plena Guatemala con su joven espiga.
En Costa Rica y en Panamá.
En Bolivia, en Jamaica y dondequiera,
dondequiera que un hombre de trabajo
se trague la sonrisa,
se muerda la mirada,
escupa la garganta silenciosa
en la faz del fusil y del jornal.
¡Oh, Walt Whitman!
Blandiendo el corazón de nuestros días delante
de nosotros,
nosotros y nosotros y nosotros.

17

¿Por qué queríais escuchar a un poeta?
Estoy hablando con unos y con otros.
Con aquellos que vinieron a apartarlo de su pueblo,
a separarlo de su sangre y de su tierra,
a inundarle su camino.
Aquellos que lo inscribieron en el ejército.
Los que violaron su barba luminosa y le pusieron un fusil
sobre sus hombros cargados de doncellas y pioneros.
Los que no quieren a Walt Whitman el demócrata,
sino a un tal Whitman atómico y salvaje.
Los que quieren ponerle zapatones
para aplastar la cabeza de los pueblos.
Moler en sangre las sienes de las niñas.
Desintegrar en átomos las fibras del abuelo.
Los que toman la lengua de Walt Whitman
por signo de metralla, por bandera de fuego.
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy
levantados para justificarte!
“—¡Poetas venideros, levantaos, porque vosotros debéis
justificarme!”
Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte.
Aquí estamos
por ti
pidiendo paz.
La paz que requerías
para empujar el mundo con tu canto.
Aquí estamos
salvando tus colinas de Vermont,
tus selvas de Maine, el zumo y la fragancia de tu tierra,
tus guapos con espuelas, tus mozas con sonrisas,
tus rudos mozalbetes camino del riachuelo.
Salvándolos, Walt Whitman, de los traficantes
que toman tu lenguaje por lenguaje de guerra.
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy,
los obreros de hoy, los pioneros de hoy, los campesinos
de hoy,
firmes y levantados para justificarte!
¡Oh, Walt Whitman de barba levantada!
Aquí estamos sin barba,
sin brazos, sin oído,
sin fuerzas en los labios,
mirados de reojo,
rojos y perseguidos,
llenos de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
llenos de coraje, de nudos de soberbia
que a través de los pueblos se desatan,
con tu signo y tu idioma de Walt Whitman
aquí estamos
en pie para justificarte,
continuo compañero de Manhattan!


1952


Más Poemas de Pedro Mir