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Yo y Napoleón

[Poema - Texto completo.]

Vladímir Mayakovski

Vivo en la Gran Presnaia
n.º 36/24
Un lugar muy tranquilo.
Muy tranquilo.
¿Entonces?
¿Acaso es asunto mío
que alguien
en alguna parte
de este tempestuoso mundo
haya provocado una guerra?

Ha caído la noche.
Buena. Insidiosa.
¿Por qué esas chicas
se estremecen así, moviendo
ojos tan inmensos como focos?
La muchedumbre callejera
humedece sus labios calientes
en el agua del cielo,
y la ciudad, agitando sus esposas enbanderadasm
implora y vuelve a implorar a la cruz roja.
Una iglesia despeinada se pega
a la cabecera de la avenida
-hatillo lleno de lágrimas-
mientras que los parterres de la avenida
pierden sangre, como un corazón desmenuzado
por los dedos de las balas.
La angustia aumenta, aumenta,
devora la razón endurecida.
Ya los invernaderos de Noev
palidecen por un gas letal.
¡Decid a Moscú
que se retenga!
¡Decidle
que no tiemble!
Un segundo más
e iré al encuentro
del rey de los cielos-
¡Si quiero, os mato al sol!
¡Mirad!
Lava sus banderas en el cielo.
¡Allí está!
Gordo y pelirrojo.
Hace sonar el pavimento
con sus cascos rojos,
avanza sobre el cadáver de los techos.
¡A ti!
que gritas:
«Te destruiré,
te destruiré»;
a ti, que divides la noche en las cornisas sangrientas.
te lanzo un desafío-
yo,
un alma sin miedo.

¡Avanzad, avanzad
hombres estragados por el insomnio,
hombres con la cabeza en llamas!
¡Qué importa!
He aquí nuestro último sol-
el sol de Austerlitz.
Y vosotros, los dementes de Rusia, de Polonia,
avanzad también: hoy
Napoleón soy yo.
Soy el jefe de los ejércitos y aún más.
Comparadnos -a él y a mí-
Él sólo se codeó una vez con la peste
y venció, por atrevido, la muerte;
yo, cada día visito a los apestados
en miles de Jaffa rusos.
Por uina sola vez que sin flaquear
afrontó las balas, será honrado
por los siglos de los siglos;
pero yo, tan solo en julio he cruzado
mil puentes de Arcole.
Mi grito está tallado en el granito del tiempo.
Mi grito retumbará y retumba
porque
dentro de un corazón devastado como Egipto
hay millones de pirámides.
Seguidme, hombres estragados por el insomnio
¡Subid!
Con la cabeza en llamas.
Yo te saludo
último sol de mi vida,
sol de Austerlitz!
¡Hombres!
¡Ya es bastante!
Echaos sobre el sol
¡y adelante!
Desteñidlo.
En la catedral estrangulada de la garganta
sube el estertor de una marcha fúnebre.
¡Hombres!
Cuando canonicéis los nombres
de muertos
más famosos que yo,-
acordáos:
entre los muchos que la guerra mató
está el poeta de la Gran Presnaia.



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