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Zoopoligrafía – Canto II

[Poema - Texto completo.]

José Gualberto Padilla

Canto II

No fuera justo que al seguir constante
en el empeño grave que he escogido,
consintiera en pasar mas adelante
sin tributar a un pueblo perseguido
al menos una lágrima que errante
se mezcle con su llanto dolorido
en muestra del respeto y simpatía
que su desgracia inspira al alma mía.

Que nunca gime un pueblo sea cualquiera
bajo el yugo feroz de algún tirano
sin que en su llanto le acompañe entera
el alma mira con dolor insano
y en su favor leal y verdadera
aunque débil, extendiese mi mano,
que mi sangre se agita bullidora
siempre que un pueblo esclavizado llora.

Y no se extrañe que palabras tales
brote mi pluma en la ocasión presente
de seres refiriendo irracionales
la Historia panegírica y doliente,
pues acuden de otros muy sociales
análogas desgracias a mi mente
como verlas podemos todavía,
en Italia, en Polonia y en Hungría.

Sufre tiranos todavía su suelo
como sufriendo Iberia va cansada
según os ha contado mi desvelo
de este poema en la primera jornada;
y recogiendo aquí que viene a pelo
el hilo de la Historia comenzada
con su relato nuevamente enristro
nombrado el mono ya primer ministro.

Escarnio fue para el estado ibero
del sucio bruto la elección funesta
arrancando su nombre al pueblo entero
una queja doliente y manifiesta,
que ya del mono cínico y mañero
en la mano de paso estuvo puesta
y en masa el pueblo, por su orgullo necio,
odio tan solo dábale y desprecio.

No eran por cierto vanos los temores
que alimentaba el pueblo, combatido
por los feroces brutos anteriores
que en su garra el gobierno habían tenido;
que estos tan solo fueron precursores
del golpe rudo que su seno herido
recibió luego con callado encono
viendo a su frente al orgulloso mono.

Ya marcó el paso el animal estulto
al empuñar envanecido el mando,
con un atroz y repugnante insulto
de la moral él fuero venerando,
pues procediendo con manejo oculto
asoció al trapo roto de su bando
apóstata, traidora y maldecida
una víbora torpe y corrompida.

Víbora ingrata, que royendo el seno
de los que dieron a su cuerpo abrigo
escupió en él hediendo su veneno
vendido al oro vil de su enemigo;
reptil inmundo de codicia lleno
que en el fangal de su baldón testigo
arrastró el manto noble de la honra
para cubrir con oro su deshonra.

¡Digno consorcio de la ruin pareja
por el ave rapaz apadrinada!
¡Unión inicua de fatal madeja
por sucios cabos nuevamente atada!
¡Lazo cordial de magullada reja
por el fuego del crimen reforjada!
¡Trío asqueroso, vil y nauseabundo
de ave de mono y de reptil inmundo!

Vedlos pasar en grupo vergonzoso
como preñada tromba bramadora,
arropando con ojo codicioso
cuanto la tierra cubre guardadora
y sin dejarla tregua ni reposo
extendiendo la garra destructora,
arrancar della con brutal fiereza
el fruto mismo que a crecer empieza.

Todo ante ellos cede comprimido
por la pesada carga de su yugo
del pueblo ahogando el fúnebre quejido
con que ve huir de su miseria el jugo,
queja que arroja el corazón partido
al vil terceto de su paz verdugo,
como una maldición desesperada
por millones de víctimas lanzada.

Pero los brutos aunque bien sabían
que era su nombre por doquier odiado
su paso innoble firmes proseguían
sobre su honor marchando destrozado;
del pueblo ibero ufanos se reían
porque a su carro caminaba alado
y dando vuelo a sus rapaces mañas
de la nación devoran las entrañas.

Rasgan audaces leyes veneradas,
huellan villanos adquiridos fueros,
costumbres nobles dejan vulneradas,
usos antiguos tocan altaneros,
viles rompen pragmáticas sagradas
procaces quiebran códigos severos
y todo en fin ultraja en forma ruda
la banda infame que el poder escuda.

Como del polvo que la lluvia azota
salen insectos a la luz que riela,
así del mono bajo el mando brota
de arañas torpes formidable estela,
que hasta la parte llevan más remota
de la nación su enmarañada tela
cubriendo valles, montes, llanos, costas,
como cerrada nube de langostas.

Tropel funesto, plaga asoladora,
que entre sus hilos a la Iberia coge
y con canino diente la devora
en vasta red que todo lo recoge,
de sanguijuelas masa chupadora
que sangre bebe hasta que sangre arroje
y necia quiere figurar pareja
con la entendida y laboriosa abeja.

Mas ¿puede haber persona tan extraña
que desconozca que hay tan gran distancia,
entre la abeja y la asquerosa araña
cómo hay entre la ciencia y la ignorancia ?
cómo entre el orden claro y la maraña?
cómo entre la modestia y la jactancia ?
¡Rara, por Dios, será la que confunda
la noble abeja con la araña inmunda!

A las arañas que por suerte aciaga
causan a Iberia males tan acerbos,
juntase luego más temida plaga
de animales hediondos y protervos,
que paso a paso su venida amaga
negro turbión de enmascarados cuervos
y la nación de seres tan ambiguos
conocía ya los hábitos antiguos.

Estremeciose de pavor herida
la pobre Iberia al ver que diligente
la negra turba vuelve a su guarida
en cerrada falange, a cuyo frente,
de trecho en trecho, torva y atrevida
eleva la cabeza una serpiente
violado el cuerpo, humilde en la apariencia
pero hipócrita solo en la conciencia.

Al mismo tiempo para más espanto
del pueblo triste que el tirano doma
de aves nocturnas con callado manto
compacta masa por doquier asoma,
que al noble pueblo lleno de quebranto
cerca villana como ruin carcoma
sin dar el rostro de su fe en alarde
porque como traidora era cobarde.

Embrutecida raza, que vistiendo
disfraces mil sin que el pudor la venza
con medios viles íbase ingiriendo
por todas parles en hedionda trenza
y con la faz de amigo sorprendiendo
secretos graves , torpe y sin vergüenza
al poder, los llevaba sin demora
de murciélagos raza sopladora.

Y a la cabeza de tan ruin ralea
como la Iberia sufre desdichada
el necio mono audaz se pavonea
con sonrisa procaz; desvergonzada:
constante agita su brutal correa
sin escuchar la queja lastimada,
que el sucio bruto corazón no abriga
y tanto da que Iberia le maldiga.

Él entretanto su fatal camino
audaz prosigue con segura planta
buscando el oro con afán ladino
que insaciable devora su garganta:
oro, que es solo su ídolo divino,
oro, que es solo su reliquia santa
oro, que llega al fin ensangrentado
a la mano del mono despiadado.

Pero, ¿qué importa al codicioso bruto
que el vil metal a su poder venido
llegue bañado en lágrimas de luto
o por humana sangre enrojecido?
Su mano coge el deseado fruto
sin ver siquiera como fue adquirido,
que sangre o cieno cúbranle sin tasa
oro es al cabo bajo aquella masa.

¡Codicia innoble, que con lento fuego
el corazón avaro aprisionando,
como agua sucia de infecundo riego
fibra por fibra seco va dejando
hasta llevarlo calcinado y ciego
de ruines vicios bajo el torpe mando
sin darle paz en su fatal carrera
de bastardas pasiones mensajera

Así las bestias, que en rapaz pandilla
sobre la Iberia sin pudor se mecen,
de ruines vicios la voraz semilla
en el podrido corazón guarecen
y revolcada en ellos la gavilla
de vicio y crimen la reunión ofrecen
como aureola de lodo nauseabunda
que sus cabezas asquerosa inunda.

Y en vicio y crimen torpes sumergidos
reptil y mono y águila rapante
al pie del trono vense guarecidos
como villano trípode infamante;
que al mismo trono cubren los gemidos
cuando los lanza un pueblo suplicante
pues un rey justo con atenta oreja
del pueblo debe recoger la queja.

Que no es ser rey vivir entre placeres
sin escuchar la voz, que viene amarga
a revelar los crudos padeceres
que el hado adverso sobre un pueblo carga
otros de un rey son nobles los deberes
y el que en indignos hombres los descarga
logra por fin que el fúnebre quejido
se cambie en terrorífico rugido.

Mas de la garza que en el trono asienta
el águila rapaz cubría los ojos
temerosa tal vez el ave hambrienta
de excitar de la garza los enojos
impidiéndola así que más atenta
del pueblo ibero viese los despojos,
que ave, mono y reptil en trío asqueroso
devoraban con diente codicioso.

Y ave, mono y reptil dominadores,
asquerosas arañas diligentes,
negros cuervos, cubiertos graznadores,
venenosas hipócritas serpientes,
murciélagos hediondos sopladores,
traición, veneno y vicios insolentes
todo en fin sobre Iberia en vasta plaga
huella, pilla, quebranta, hiere, estraga.

Tal es el cuadro que la tierra ibera
presenta al fin de este segundo canto,
del que contar me place la carrera
pues necesito descansar un tanto:
mi pluma fiel continuará ligera
pintando el fin de su mortal quebranto,
como podrá leerse por entero
en otro canto, que será el tercero.

FIN DEL CANTO II


1855


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