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Las dos obras de Luis López Nieves

El autor de Seva alcanzó fama internacional por sus cuentos y novelas, pero tiene otro legado que muchos consideran no menos importante: el de tantos escritores de los que ha sido mentor

Domingo, 15 de diciembre de 2019 – 12:00 AM

Por Benjamín Torres Gotay

El escritor Luis López Nieves. (Foto por Pablo Martínez)

La principal obra del escritor Luis López Nieves es muy conocida.

Seva, el cuento con el que, en 1983, irrumpió como un trueno en el panorama literario puertorriqueño, que relata el primer intento de invasión estadounidense a Puerto Rico en mayo de 1898, todavía se asigna en escuelas y universidades, le gana innumerables invitaciones a charlas al autor y en julio fue usado por un columnista del diario español El País para explicarle a su audiencia lo que ocurría aquí en el Verano del 19.

Su segundo libro, la colección de cuentos Escribir para Rafa, incluye un cuento que fue elogiado personalmente por el legendario Julio Cortázar. Mientras, sus próximos dos libros – la colección de cuentos La verdadera muerte de Juan Ponce de León y la novela El corazón de Voltaire– ganaron cada uno el Premio Nacional de Literatura de Puerto Rico.

Su quinto libro, la novela El silencio de Galileo, al igual que los anteriores, fue un éxito de ventas tanto aquí como afuera.

Puede decirse entonces que López Nieves es lo que en toda regla se puede llamar un escritor exitoso y cuya obra es más conocida de lo que normalmente se conoce el trabajo literario de un país en el que, como dijo una vez Eduardo Lalo, los escritores son invisibles.

Hay otra parte de su obra que no es tan conocida, pero que, puede considerarse, quizás tan importante como la que produjo con sus propias manos y memoria.

Por décadas, López Nieves ofreció talleres de cuento en la Universidad del Sagrado Corazón (USC), la misma universidad en la que fundó, en 2004, la maestría en Creación Literaria, que por 15 años fue el único programa aquí dedicado a formar narradores.

Por ambas iniciativas, pasaron incontables personas interesadas en el oficio de escribir (incluido este periodista), algunos de los cuales obtuvieron después importantes galardones de la literatura puertorriqueña, como, entre otros, Ricardo Martí, ganador del Premio Nacional de Literatura 2019 por su cuento El finalito y José Borges, crítico literario de este periódico, cuya novela Esa antigua tristeza ganó el Premio de Mejor Novela del PEN Club de Puerto Rico en 2010.

Con motivo de su reciente retiro como profesor de la USC, El Nuevo Día conversó con López Nieves, de 69 años, sobre su exitosa carrera, su rol primero como alumno de grandes escritores y después como mentor y sobre los proyectos literarios que tiene en el tintero ahora que, fuera de la cátedra, se dedica solo a escribir.

Te acabas de retirar como profesor en la Universidad del Sagrado Corazón tras muchos años de labor allí. Cuéntame.

—Ser profesor era mi segundo trabajo. Toda la vida lo que he sido es escritor, pero tengo un vicio que tenía que mantener, que se llama comer. Entonces, tuve ese trabajo como profesor. Llegó el momento en el que ya, por suerte, no necesito un segundo trabajo. Mi tarea primordial siempre ha sido ser escritor y en el Sagrado Corazón yo era escritor residente, gracias al doctor José Jaime Rivera, que me nombró. Tuve ese apoyo de la universidad durante muchos años, al cual correspondí, porque siendo escritor residente me gané dos veces el Premio Nacional de Literatura: en el 2000, con La verdadera muerte de Juan Ponce de León y en el 2005, con El corazón de Voltaire.

A ti se te conoce como escritor y como mentor de otros escritores. Pero antes de llegar a eso quería ver, ¿cómo tú mismo te descubriste como escritor?

—Podemos decir que fueron dos etapas. La primera fue cuando yo tenía como 13 años, que descubrí un uso práctico de la literatura. Invité a una muchacha a una fiestecita y me dijo que no. Eso me dio mucha rabia y le escribí un poema. Al otro día, voy donde la muchacha y le di el poema. Ella lo leyó, me sonrió y me dijo: “Ay, qué lindo” y “está bien, vamos a la fiesta”. Ahí descubrí la fuerza que tiene la palabra. Después, como a los 14 años, escuché a unos muchachos hablando de la novela El extranjero, de Albert Camus. La leí. Me conmovió desde la primera oración. La terminé y me dije: “Esto es lo que yo quiero hacer”.

Empezaste en la UPR de Río Piedras a los 15 años. ¿Siempre leyendo?

—Todo el tiempo y más cuando entré a la universidad. Pensaba hacerme abogado para complacer a mi familia. Pero, en el segundo año en la universidad, cogí un taller de cuento con René Marqués. Eso me cambió la vida. Ahí decidí que yo iba a ser escritor. Punto.

¿Recordarás de esa primera interacción de René Marqués con un texto tuyo?

—Fue mi primer cuento, “Bizcocho”. Lo integré luego a un cuento mío bastante conocido llamado “Las confesiones de Miñi”. Fue un cuento muy primerizo, pero a René le encantó. Me lo celebró mucho, cosa que él no hacía con todo el mundo. Me levantó mucho la moral. Ahí fue que decidí ser escritor. Pero tuve la suerte de coger un próximo taller con Pedro Juan Soto y, desde el primer día, lo que hizo fue entrarme a bofetadas. El primer cuento que le presenté dijo: “¿Y esta porquería?”. Fue como si me hubiera dado un puñetazo en la cara.

¿Dejaste de ir al taller?

—No. El que deja de escribir por algo así, no es escritor. A partir de esa vez yo me decía “este c…. se va a arrepentir de esto, yo le voy a enseñar quién yo soy”. Me dio una motivación adicional.

René Marqués y Pedro Juan Soto fueron como el policía bueno y el policía malo contigo.

—Exacto. Primero René me dio mucha autoestima y luego Pedro Juan, que es muy importante para un escritor, me enseñó a ser autocrítico. Si yo llego a salir por el mundo con lo de René nada más, hubiera sido fatuo, arrogante y, además, mediocre, porque el escritor que no es autocrítico cae por la necesidad en la mediocridad, porque opina que todo lo que escribe es una joya. Pedro Juan fue muy, muy duro, porque él era así, era muy gruñón. Doce años después, cuando publiqué Seva, me lo encontré en una librería y le dije: “Bueno, ¿qué crees ahora?” Se sonrió y me dijo: “Estás empezando a aprender”.


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¿Cuál es el origen de Seva?

—A veces es muy difícil explicar estas cosas. Es muy complejo. Yo veía que todos los países, menos Puerto Rico, tenían sus grandes épicas. George Washington en Estados Unidos, Juana de Arco en Francia, el Cid en España, el rey Arturo en Inglaterra, José de San Martín en Argentina y Simón Bolívar. Todos estos países tenían estas epopeyas que los hacían sentirse orgullosos. Puerto Rico carecía de eso. Al contrario, desde pequeño lo que se hacía era bajarnos la autoestima. Nos decían que dependemos de Estados Unidos, no podemos valernos solos, no tenemos héroes, Agüeybana se levantó patéticamente y lo mataron rápido, el Grito de Lares fue una cosa patética. Eso es lo que se nos inculcaba desde pequeños. Seva es una reacción a eso. No existía la épica de Puerto Rico. Yo no soy historiador. Si fuera historiador, me ponía a buscarla. Como lo que soy es escritor, lo que hice fue inventarla. Eso fue Seva. Decidí inventarme una épica positiva de Puerto Rico. Al día de hoy, doy charlas en escuelas y se me acercan estudiantes a decirme que es la primera vez que leen un libro que lo hace sentir orgullosos de ser puertorriqueños.

Treinta y tantos años después, ese es un cuento que sigue presente. ¿Por qué tú crees que ha tenido esa resonancia?

—La literatura tiene cosas no se pueden explicar. Algo se cuajó en ese cuento. Yo voy a Argentina, voy a Chile, voy aquí y la gente me lo comenta. Lo compara con algo en su propio país.

Tu segundo libro, Escribir para Rafa, tiene un cuento, “Última noche”, que es un homenaje a Julio Cortázar y con el cual hay una historia interesante relacionada a Cortázar.

—Yo estudiaba en Nueva York y Cortázar fue a la Universidad de Columbia a dar tres días de conferencias. Yo me metí allí los tres días, porque él era mi gran maestro, mi gran ídolo. Yo no escribía como él, no quería escribir como él precisamente porque era una de sus lecciones, que no puedes escribir como tu maestro porque te conviertes en un imitador. Él decía: “Los escritores tienen que matar a papá”. Con esto quería decir que uno tiene que cortar el cordón umbilical con su maestro. “Última noche” era mi único cuento escrito a lo Cortázar. Entre tantas personas que había allí, me le acerqué y se lo entregué con una nota que decía: “Estimado Cortázar: usted no lo sabe, usted no me conoce, pero usted ha sido mi maestro. Sin embargo, esta nota es muy triste para mí porque es para decirle que lo tengo que matar y lo voy a matar porque ya me llegó el momento de empezar a ser Luis López Nieves y dejar de ser Cortazarito. Este cuento es un homenaje a usted, a todo lo que me ha enseñado”, y le doy las gracias. Él tomó el sobre y se lo metió al gabán. Al próximo día, después de la conferencia, estaba rodeado de mucha gente y me acerqué de lejos. Cuando me voy a retirar lo oigo llamándome. Me le acerco pasmado. Yo no podía ni hablar. Él me dice: “Me ha encantado su cuento, lo felicito”. Mi primera reacción es que me estaba diciendo eso por cortesía y a lo mejor ni lo había leído. Pero me hizo varios comentarios que me hicieron entender que sí lo había leído. Me quedé mudo. Cuando nos viramos para irnos, él me dice: “Oiga, máteme, pero simbólicamente”.

Imagino que después que Julio Cortázar te dice “me gusta mucho un cuento tuyo” hubiera sido difícil bajarte de esa nube.

—Ya yo había aprendido con Pedro Juan Soto, con otros, y con el mismo Cortázar, a ser autocrítico. Yo estaba con (la poeta) Yvonne Ochart y (el novelista) Tomás López Ramírez y les dije: “¡Ustedes son testigos!”. A un escritor que está empezando, eso lo puede marcar.

Aparte de tu obra como escritor, tú tienes lo que también se puede podría catalogar como obra y es el trabajo que has hecho con otros escritores. ¿De dónde te viene el afán de compartir tu conocimiento en el arte y el oficio de escribir?

—Yo aprendí más con René Marqués fuera del salón, que dentro. Igual con mi maestro, (el poeta chileno) Pedro Lastra, y con Emilio Díaz Valcárcel y José Luis González, quienes fueron mis amigos. Hablando con ellos, yo aprendía más a veces en una noche de lo que podía aprender en un semestre. En un taller decidí que mi vocación iba a ser escritor. Se me quedó por dentro que esa era la forma en que yo podía aportar. En Puerto Rico, si quieres ser bailarín, cantante, músico, actor, escultor… hay escuelas. Sin embargo, no había ningún sitio para aprender a ser escritor. Vas a cualquier universidad a estudiar literatura y te enseñan a ser profesor, historiador, teórico, crítico, pero no a ser escritor. Yo fui privilegiado, porque fui amigo de grandes escritores, cogí talleres con importantes escritores, estudié afuera en un ambiente con otros escritores. Esa tradición de mentor existe entre los artistas. Es una tradición que vemos en toda la historia.

¿Cuánta satisfacción se siente ver a un alumno tuyo triunfando en la literatura?

—Demasiada. Estos todos son mis hijos. Los llamo mis hijos literarios. Yo he sido toda mi vida un militante político. Mi obra literaria no es para promociones políticas. Pero, como persona, mi objetivo es dar una visión positiva de Puerto Rico. Así que aportar a crear escritores puertorriqueños de valor, de altura, es parte de ese objetivo.

Ahora sin tu carga académica, sin tu segundo trabajo, con todo el tiempo para dedicarte a tu primer trabajo, el de escritor, ¿qué viene?

—Tengo una novela terminada: Toda la sangre del mundo. La terminé hace ya par de años, pero todavía la tengo aguantada. Los escritores somos muy intuitivos. Hay tres fuentes de conocimiento históricamente reconocidas: la lógica, el método científico y la revelación divina. Los artistas bregamos con una cuarta, que se llama la intuición. Pues la intuición me dice que no es el momento para publicar esa novela.

Tus novelas son relativamente cortas y del género epistolar, aunque en estos tiempos, y así se refleja en tus obras, los correos son electrónicos. ¿Vas en esa línea otra vez?

—No, está contada en primera persona, en orden cronológico, tiene como 400 páginas. Es bien diferente a todo lo que he escrito. Es una historia de amor que dura dos mil años. Nadie es inmortal, ni hay vampiros, ni nada de eso, pero la historia de amor dura dos mil años. ¿Cómo y por qué? Tendrían que leer la novela. Creo que el año que viene será el momento.

FIN


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“Las dos obras de Luis López Nieves”, Benjamín Torres Gotay, El Nuevo Día, 15 diciembre 2019, elnuevodia.com.


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