Pedro Lastra: de maestros y compañía
Recibo una llamada de Luis López Nieves, el gran escritor puertorriqueño. Me toma por sorpresa.
Me invita a su casa para compartir con un poeta extranjero que está de visita en Puerto Rico. Han sido pocos los convocados. Sin duda, se trata de algo especial.
Una vez en la sala de su hogar, descubro que quiere presentarnos a quien fue su mentor cuando cursó estudios de maestría y doctorado en Estados Unidos durante la década de los setenta: el destacado crítico literario, investigador y poeta Pedro Lastra, nacido en Chile en 1932.
En un momento dado, López Nieves toma la palabra. Agradece a Lastra por haberlo dirigido en esa etapa de la vida y explica que, sin su insumo, los exitosos proyectos que emprendió a partir de la década de los 80 no hubiesen sido posibles, entre ellos Seva y la maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón.
Lastra le responde que sigue siendo igual de exagerado que el joven a quien dirigió en Nueva York, y se funden en un abrazo.
Ahí en la intimidad de ese momento, el López Nieves duro que muchos creemos conocer, se conmueve al hablar sobre su gran maestro. Los demás estamos maravillados ante el maestro de nuestro maestro, aunque suene cacofónico. Me llega a la mente la importancia de que existan más maestros, más mentores, más facilitadores…
Entonces, todos queremos cruzar palabras con Lastra, figura importante en el estudio de la literatura latinoamericana. Procesamos que estamos frente a un ícono cuyo legado se ha ido armando a través de sus numerosos libros en ámbitos variados. Deseamos todos hacerle preguntas a ese gran hombre que inspiró a López Nieves.
En algún momento de la noche, entre vino y algunos cortes fríos, logro llegar hasta él. Nos sentamos en un banco ubicado en un rincón mientras los presentes se sumen en otras conversaciones.
Sandra Santana charla con Milagros González y Luis Alejandro Polanco; José Rabelo habla con María Zamparelli; Luis López Nieves atiende a unas estudiantes invitadas; Emilio del Carril sostiene un diálogo con Zayra Taranto y Mayda Colón; José Borges, Ricardo Martí y Yolanda López López intercambian palabras al tiempo que esperan el momento idóneo para unirse a la conversación con Lastra, y Mara Daisy Cruz vela por que todo corra en estricto orden. Otros colegas se dispersan entre los pequeños grupos que tertulian.
En ese instante, en un rincón de la casa de Luis López Nieves, converso con el miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua y merecedor del II Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña (2015) otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua.
Lastra me cuenta que ha venido a Puerto Rico dos veces. La primera fue en 1972 a una actividad en el Ateneo Puertorriqueño, en la que López Nieves estaba en el público. Luego, en Nueva York, López Nieves lo buscó y le dijo que lo conoció en ese evento. Ahora, 47 años después, visita el país por segunda vez.
Cuando usted mira a través de los años, ¿cómo ve a Luis López Nieves en comparación con el joven que llegó a Nueva York?
Yo le tengo mucha admiración porque yo lo vi crecer. Yo siempre vi en él una vocación desde el año 1973. Llegó a Nueva York con una actitud muy definida de ser escritor. Durante nuestros diálogos, me di cuenta de su pasión y su dirección. Creo que nunca he visto a alguien con una vocación tan definida y constante.
¿Qué significa para usted que López Nieves lo considere su guía?
Bueno, él exagera. Yo fui su amigo, más bien. Nos hicimos amigos porque yo siempre he tenido una amistad con mis estudiantes. No me gusta que me traten de usted ni de profesor. La única diferencia es que estamos a distintos lados de la mesa. La enseñanza no es una obligación, es una tarea que uno tiene que cumplir y que está sostenida, no tanto en la sabiduría, sino en una vocación comunicativa… y yo sigo con esa vocación de dar clases y de tener una amistad, aunque cada vez lo haga menos. No siempre se produce, pero todo lo que ocurrió con López Nieves se dio de esa relación de confianza, de respeto…
Reflexiono en eso que dice: que no le gusta que lo traten de usted. Me doy cuenta de que lo estoy haciendo. Siento un poco de vergüenza, pero no suelo tutear a la gente hasta que tengamos cierta confianza. Él acaba de abrir esa puerta. Fuerzo el tuteo, y continúo.
¿Qué opinas de la obra de López Nieves?
López Nieves ya es una persona emblemática. La invención de Seva fue extraordinaria. Ese cuento lo conoce todo el mundo. Ahora hablábamos en la tarde de cómo Seva, la ficcionalización de un posible suceso histórico, se ha proyectado tanto que es emblemático. Seva es como lo que hizo Guevara o Lope de Vega. Si hablamos de otras de sus obras, como El silencio de Galileo, tienen una actitud crítica, y eso es muy importante.
Interrumpen para una foto con Lastra y le traen una tacita de café. Suben de volumen las conversaciones que se hilan alrededor nuestro. Yolanda López López se acerca, pide disculpas por interrumpir y le pregunta cómo él define la poesía.
Eso es muy difícil. En una conversación entre Samuel Johnson y Bothwell en el siglo 18, Johnson dijo que es más fácil decir lo que no es poesía. Yo creo que la poesía es poesía en la medida en que hay una respuesta. Es una cuestión de resonancia emocional. Hay poetas que no le dicen nada a uno. Muchos ponen en la poesía lo que se les pasa por la cabeza. En cada poema debería haber una idea poética que los versos tienen que corroborar. La poesía vive del contexto y de la relación con el lector. Es una mezcla: texto, contexto y relación. Se produce o no se produce.
Se acercan Ricardo Martí y José Borges. Conversan con Lastra acerca de la dictadura militar en Chile bajo el régimen de Augusto Pinochet (1973-1990) y las cartas que Lastra intercambió con Gabriel García Márquez.
Yo lo vi desde afuera. Ya era profesor en la Universidad de Nueva York y hacía algunas cosas en Chile. Desde la entrada de Pinochet, no volví. Fue un tiempo muy dramático, muy brutal, de haber tenido ciertas ilusiones de transformar pacíficamente… Siempre hay que tener cuidado con el ejército.
Las cartas con García Márquez eran a mano y a maquinilla. Yo oculté las cartas que recibí desde 1954. Lo recuerdo como una etapa de nostalgia.
Se trata de más de 900 cartas que donó a la Universidad de Iowa, y a instituciones en Latinoamérica, en las que mantenía comunicación con García Márquez, Ernesto Sabato, Nicanor Parra, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José María Arguedas, Enrique Lihn, entre otros escritores latinoamericanos.
Algunas de esas cartas, que comprenden de 1954 a 2002, han sido publicadas en diversos libros y revelan detalles de sus procesos creativos y vidas personales.
¿Qué autores recomiendas leer?
Recomiendo que lean a Eliseo Diego, Carlos Franz y Gonzalo Contreras.
José Borges le pregunta si ha leído a ciertos autores. No alcanzo a escuchar bien los nombres. Le responde. Buscan a Lastra para que coma algo. Apresuramos la conversación.
¿Qué significó para ti haber publicado tu poesía con la editorial puertorriqueña Trabalis en 2016?
Significó mucho porque tengo un gran afecto por Puerto Rico. Allá en la Universidad de Stony Brook hay muchos puertorriqueños. Allá la cultura puertorriqueña ha tenido siempre una gran presencia. Tengo muchos amigos puertorriqueños… y, en el caso de Luis López Nieves, nos une una gran amistad, una relación casi familiar.
¿Qué consejo les darías a los escritores, que como yo, están comenzando esta carrera?
Dos frases que me dijeron alguna vez: “Lo mejor es el peor enemigo de lo bueno” y “Escribe para que las personas que vayan a leerte en sesenta años se sientan acompañadas”.
Me resultan curiosas la lógica de la primera y la profundidad de la segunda. Por un lado, sé que a veces nos obsesionamos con la perfección, con producir lo mejor, y dañamos las cosas. Por el otro, no sé si alguna vez nos lleguemos a obsesionar con escribir para mitigar soledades.
Pienso en que Lastra siguió esos consejos, o al menos el segundo. Recuerdo la sensación de cercanía que tuve al leer su poesía. La sentí moderna, muy de nuestros días; versos que abrazan.
Antes de terminar me cuenta que actualmente vive en Nueva York y, desde 2009, dirige la revista Anales de Literatura Chilena de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Me da las gracias, y camina hacia la mesa con alimentos.
Al rato, me despido. Una vez salgo de la casa, pienso en que me gustó conversar con Lastra; me hizo sentir acompañado.
Concluyo que López Nieves fue afortunado, pues tuvo a un gran maestro quien ha de haber sido también una buena compañía durante la década de los setenta en Estados Unidos.
FIN