Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Presentación de Luis López Nieves

Mario Alegre-Barrios


Buenas noches, gracias a cada uno y a cada una de ustedes por estar aquí… gracias a la Editorial Norma, a Gizel Borrero y gracias también a Luis, por refrendar ese viejo máxima de mi abuelo, quien aseguraba -con esa sabiduría primitiva y profunda que sólo los abuelos tienen- que los amigos y los familiares solo sirven -y cito, con perdón del folclor- para joderlos…

Y decía esto en el buen sentido de la palabra, claro, es decir, para usarlos, para hacerlos partícipes de nuestras vivencias… las buenas y las no tan buenas, para el consuelo, para el apoyo y también para la celebración, para hacerlos cómplices en los sueños, en los planes de vida y, por supuesto también en los momentos cuando algunos de esos proyectos se convierte en realidad, como es el caso de El silencio de Galileo

Sin duda alguna, todo nacimiento es siempre una buena nueva y el de un libro no es la excepción, en especial cuando el autor es precisamente alguien cercano, de manera incuestionable cuando se trata de un amigo…

Y precisamente, porque de un amigo se trata, es que debo hacer una confesión con un breve prólogo: cuando en mayo pasado participé -también por invitación de Gizel- en un foro sobre El corazón de Voltaire, ante un grupo de profesores del Departamento de Educación, pensé que mi etapa como presentador de Luis había culminado.

A modo de prólogo, lo siguiente: Como hoy, en esa ocasión me invitaron para hablar, más que del libro, del autor y de mi relación con él como periodista y amigo. Releí algunas de las entrevistas que le hice a Luis durante los últimos años, traté de mirarlo de manera objetiva como ser humano y como escritor, volví a leer El corazón de Voltaire y del ejercicio salieron unas notas algo extensas y -creo yo- decentemente articuladas que me permitieron elaborar un retrato bastante fiel del señor López Nieves, con apuntes de  todos los claroscuros relevantes tanto al escritor como al ciudadano…

Les repito que, luego de ese episodio, pensé -no sé por qué- que no volvería a hablar de Luis en una actividad pública… o al menos no pensé que lo haría en un futuro cercano. Quizá por eso me sorprendí un poco cuando Gizel me llamó para invitarme a estar con ustedes esta noche.

Ahora la confesión: acepté por tres razones: porque Luis es mi amigo, porque recordé lo que decía mi abuelo… y también porque sabía que aquellos apuntes -inéditos para todos los que están hoy aquí, con excepción de Gizel- me permitirían honrar mi compromiso sin pasar trabajo.

Ya adivinaron… jamás los encontré…

¿Qué sucedió? No sé… suelo conservar la mayor parte de lo que escribo.

Ahora esto es fresco, de las últimas dos noches… menos reposado que lo que tenía pero creo también que más espontáneo, anclado más a la emoción que a la razón, atado más a la sabiduría selectiva del recuerdo que a la precisión del registro escrito…

Debo decir que conocí a Luis antes de que él me conociera a mí… por sus libros, claro. Por Seva, por Escribir para Rafa y por La verdadera muerte de Juan Ponce de León.

Ignoro cuándo supo él de mí, pero conversamos oficialmente por primera vez -es decir, como escritor y periodista-, en el 2001, luego de que él ganase el Premio Nacional de Literatura del 2000 precisamente por “La verdadera muerte…”. Luego hubo un paréntesis hasta enero de 2006, poco después de la publicación de El corazón de Voltaire, en diciembre de 2005.

Quizá uno de los mayores privilegios que he tenido a lo largo de veinte años como periodista ha sido la oportunidad de acercarme a lo que amo de una manera un tanto distinta a como lo hace el resto de la gente.

La literatura es una de esas cosas -la música es la otra- y la experiencia con Luis revalidó esa certeza cuando descubrí al hombre que cohabita con el escritor, no como un ente separado, sino como coprotagonista del afán de contar que tuvo su génesis El extranjero, de Camus, obra que a los trece años de edad lo convenció de que narrar era su destino. Poco después, la segunda epifanía: el cuento “Continuidad de los parques”, de Cortázar…

Del primero me dijo que bien sabía que no era un libro propio para la edad que entonces tenía, pero fue “muy iluminador”. Del segundo, recuerda que fue su salto a la modernidad. No lo entendió a la primera lectura. Lo volvió a leer y le dio su primer taquicardia: había descubierto el placer estético de la palabra escrita y también su poder. Desde entonces se quedó enganchado a ella.

Y lo cito: “Hay un poco de ambas cosas en mi vocación: herencia y sensibilidad… crecí rodeado de libros y eso se combinó con mi inquietud de mirar a mi alrededor. Usualmente las personas miran los hechos y punto, mientras que los escritores miramos no sólo los hechos, sino también a quienes los observan… siempre tuve el privilegio de tener esa otra mirada”.

“Familiares y amigos me quisieron convencer de que escribir no es realmente una opción en la vida y que quienes se dedican a eso terminan en una cuneta… no fue sino hasta cuando estaba en una clase se ciencias políticas que Pablo García, un profesor muy querido, me preguntó: ‘¿qué tú haces aquí?… yo estoy hablando de cómo son las cosas y tú de cómo deben ser. No sirves para esto, mejor vete a Humanidades’. Él mismo me llevó a Literatura para que me orientaran. Luego de eso tomé un taller de cuento con René Marqués y otro con Pedro Juan Soto… de ahí ya no hubo vuelta atrás”.

Una de las cosas que mejor definen a Luis es su intolerancia a la mediocridad. En él y tampoco en quienes están a su alrededor… y sabe que hay que pagar un precio por ello… “Cada día estoy menos dispuesto a negociar con esas cosas”, dice. “Si nunca lo he hecho, menos ahora. Si eso es ser comemierda, pues lo soy… Tengo el privilegio de hacer lo que amo. Donde quiera que me he parado lo he hecho de frente y he dicho lo que soy y lo que pienso”.

Cuando comenzamos a entrar en confianza, le comenté que mucha gente precisamente pensaba eso de él: que era un gran comemierda… Me miró, se sonrió con ese gesto tan de él y me dijo -con el mismo tono que usa en el salón de clases: “que pendejo eres… ¿no sabes que eso piensan también muchas personas de ti…”

Creo que la amistad quedó sellada desde ese momento…

Como buen profesor, Luis sabe que se puede enseñar a escribir… pero sólo la técnica, de la misma manera que se enseña a pintar, mezclando colores y manejando el pincel, pero no a capturar la esencia de lo que se pinta. “Algo así pasa con la literatura”, sostiene. “Se enseña la técnica de los diversos géneros, pero no la magia, esa fina línea donde empieza la literatura y termina la simple redacción de textos”.

En la misma línea de pensamiento, Luis afirma que imaginar es otra cosa que no se enseña… que no se puede enseñar a mirar, a descubrir, a interpretar y a convertir en palabras eso. “Para eso, entre otras cosas, hay que leer los clásicos -asevera- esto es vital para entrenar la imaginación y desarrollar la destreza para contar. Si de algo se quejan los estudiantes de la maestría en Creación Literaria es precisamente de la cantidad de obras clásicas que se asignan para lecturas. La maestría dura dos años y la verdad es que al cabo de ese lapso el egresado tiene las herramientas para escribir, pero no se garantiza que será un gran escritor. Es igual que cuando alguien se gradúa de leyes o medicina: nada asegura que serán unas eminencias”.

Luis se distancia del estereotipo del artista para quien el proceso creativo es una agonía y sostiene que deriva un placer enorme de escribir, nunca una angustia existencial. “No soy de los escritores a los que les gusta escribir ‘mirándose el ombligo’, o sea, que les encanta escribir sobre ellos mismos”, sostiene. “A mí nunca me ha gustado la literatura sobre la literatura… me aburre muchísimo”.

“El lector puertorriqueño está desorientado respecto a la literatura local por muchas razones, entre ellas porque no hay más páginas literarias en los medios masivos de comunicación… pero lo más grave es que el mundo académico del país se aleja cada vez más del lector común. En este contexto domina el ‘amiguismo’, donde los escritores doctos escriben los unos para los otros, no para los lectores. Con la maestría en Creación Literaria estamos sacando la literatura de la academia y creando escritores que escriban para los lectores comunes, que son los que más abundan en el país y que tan distantes están de esa elite intelectual que cree ser la dueña de la literatura y que se regodea en el halago mutuo”.

Desde 1987 está en la Universidad del Sagrado Corazón y con esta institución ha cultivado una relación muy honesta y gratificante. Aquí creó una campaña para cuidar nuestro idioma que fue muy famosa y también un programa de redacción para los medios a nivel de maestría que ha sido de gran valor y que ya tiene un lustro de historia.

Espero que estas palabras ayuden a trazar un mapa que sirva como puente para acercarse un poco más al Luis que el grueso de sus lectores desconoce. Confío también que este breve ejercicio haya arrojado un poco de luz, no sólo a su estupenda obra -que en ese sentido se basta a sí misma- sino también a la acendrada pasión que la alienta…

Gracias nuevamente a todos ustedes por estar aquí…  Gracias también a ti Luis… Sé que sabes -como lo sabía mi abuelo- para qué somos los amigos…

FIN


“Presentación de Luis López Nieves”, Mario Alegre Barrios, El Nuevo Día, San Juan de Puerto Rico. Ponencia leída durante el “Conversatorio con Luis López Nieves sobre El silencio de Galileo”, en la Universidad del Sagrado Corazón, 28 agosto 2009.


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